Que si tú no te quieres, nadie te va a querer

domingo, 16 de enero de 2011


   Había cierta atracción mutua. Muy pronto iniciaban un juego de sobreentendidos. La gesticulación exagerada, la sonrisa que quiere resultar encantadora, las frases que parecen nuevas, aunque sean estereotipadas. Pensaba que el sentido del ridículo siempre se despierta un cuarto de hora tarde. Un deseo de felicidad que renacía en cada nuevo encuentro. La magia que les hacía pensar una vez más: “¿y por qué no?”. Rodaban por una pendiente hecha de mentiras a medias, donde tomaban posiciones los elementos del juego. Primero, la voluntad de mostrar la mejor parte de uno mismo. Segundo, las ganas de dejarse seducir y de ser seducido. Tercero, la esperanza de que el encuentro no fuera una simple aventura que queremos olvidar, sino una historia que transformaría la vida.

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